Auge y declive del espíritu revolucionario

Roberto A. Fernández
8 min readAug 22, 2022

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La revolución de las trece colonias británicas en Norteamérica fue un evento con impacto global, durante el cual se articuló el credo liberal de igualdad de los seres humanos como fundamento del reclamo de gobierno propio. Esa revolución desembocó en el establecimiento de gobiernos para los trece estados originales, divididos en tres departamentos, sin un poder monárquico como el que existía entonces en casi todo el planeta.[1] En 1788 se ratificó otra Constitución con tales características, la cual estableció un gobierno nacional que pasó a ostentar la soberanía que estaba dispersa en cada uno de los trece estados originales.

La revolución estadounidense influyó a los europeos, y a los americanos bajo el imperialismo ibérico, desde la Revolución Francesa (1789–1799), hasta las guerras de independencia que dieron paso a las naciones-estado de América Latina. Nuestro vocabulario político y constitucional proviene en gran parte del Siglo 18, y las ideas de libertad y republicanismo todavía son, más que influyentes, las predominantes. [2]

Las ideas que informaron la retórica de la Declaración de Independencia –al igual que la de los panfletos y editoriales periodísticos que la precedieron, y que se continuaron produciendo luego del 4 de julio de 1776– eran en esencia seculares, basadas en conceptos de la Ilustración Europea. [3] Paine, Adams, Jefferson, Franklin, Madison, et al., eran hombres de la Ilustración, desconfiados de la religión institucionalizada. Conocedores de la historia, buscaron evitar tanto la intromisión de la religión en el gobierno, como el establecimiento oficial de religión alguna. Las disposiciones en las constituciones de las colonias –entonces convertidas en «estados»– sirvieron de modelo para la división del gobierno en tres departamentos y, notablemente la de Virginia, para las cláusulas sobre religión de la Primera Enmienda de la Constitución.

Uno de los problemas a resolver sería qué tipo de gobierno debían implantar una vez lograran la independencia. Optaron por una república: por un nuevo comienzo, sin monarquía, mediante la fundación de un régimen político novel. La definición de revolución que ofrece Arendt es precisamente esa: Establecer un nuevo comienzo mediante un régimen de libertad; entendiendo libertad como la participación activa en las decisiones políticas. [4] Es decir, el concepto de libertad de los revolucionarios de las colonias era consustancial con el de gobierno propio: La libertad no era otra cosa que mandarse en tu casa, y participar y hacerse escuchar en la esfera política.

¿Se podía lograr eso a través de una monarquía? ¿Era deseable así hacerlo? ¿Era el concepto de libertad de los Founding Fathers compatible con el establecimiento de otra monarquía, esta vez para gobernar al nuevo país independiente? El establecimiento de 13 repúblicas, y luego de una república federal con una Constitución que sería la ley suprema en esas 13 repúblicas ahora convertidas en «estados», respondió a la convicción de los revolucionarios de que una monarquía era incompatible con esta nueva noción de libertad, que requería salir de la oscuridad de la esfera privada y advenir a la visibilidad que ofrece la arena pública.

Prescindir de una monarquía y establecer en su lugar un gobierno mixto, en el cual el poder se divide en tres departamentos, planteaba y aún plantea el asunto de legitimidad. Uno de los retos que surgió en el Siglo 18, y que persiste hoy, es el de obtener la obediencia y lealtad de los gobernados en ausencia de un absoluto, que por mucho tiempo se concibió en referencia a la divinidad. El monarca era un representante de la divinidad en la Tierra, que reina en nombre y por la voluntad de Dios, y encarna en su persona el pasado, presente y futuro de la nación. [5] ¿Con qué sustituye la república constitucional al referente absoluto de la divinidad? La obediencia que se le debía al monarca como representante de la divinidad en la Tierra dio paso a la obediencia a la Ley, particularmente a la Ley Suprema del estado-nación: a la Constitución. Thomas Paine lo articuló con la famosa frase in America, the Law is King.

La otra dificultad siempre ha sido conseguir que predominen en la población y en los actores políticos las nociones liberales de igualdad y dignidad humanas, y que tales nociones pesen más en el sentido de identidad nacional que rasgos diferenciadores, tales como origen ancestral, raza, y credo religioso. [6] Smith enfatiza la necesidad de reconocer y tener en cuenta la realidad de que «las élites políticas tienen que hallar maneras de persuadir a la gente a la cual aspiran a gobernar de que son un ‘pueblo’ si es que van a lograr una gobernanza efectiva». [7] También llama la atención al «fracaso de las ideologías cívicas liberal-democráticas en indicar por qué algún grupo de seres humanos debe concebirse a sí mismo como un pueblo distintivo o especial». [8] Smith considera que tal fracaso es una tara política significativa. [9]

Por otro lado, y contrario al revisionismo del Tribunal Supremo en el caso de Dred Scott v. Sandford, 60 U.S. 393 (1857), los hombres de la revolución estadounidense eran conscientes del problema de la esclavitud. Ese problema no era otro que la contradicción entre poseer seres humanos como esclavos y el credo que dice que todos los seres humanos son iguales. Sabían que la única manera de eliminar la contradicción era aboliendo la esclavitud, pero optaron por descansar en la noción de que la misma desaparecería de manera paulatina e inevitable en relativamente poco tiempo. [10]

Una de las confrontaciones que se dio en la asamblea de 1787 en Philadelphia fue entre lo que Fehrenbacher llama «un interés en la esclavitud y un sentimiento anti-esclavista». [11] Tal autor afirma que el interés en la esclavitud era «concentrado, persistente, práctico, e irritablemente defensivo». Por otro lado, el sentimiento anti-esclavista «tendía a ser difuso, esporádico, moralista, y tentativo». [12] El hecho es que la abolición paulatina de la esclavitud, la cual comenzó en los estados del norte, fue una de las consecuencias de la revolución. Pero la «peculiar institución» se consolidó y expandió en los estados agrícolas del sur. Casi al final de su vida, Jefferson escribió sobre su temor de que la esclavitud sería el detonante de una guerra fratricida. Cuatro décadas después, los estados de la confederación declararon su secesión y atacaron Fort Sumter.

Como ha ocurrido con otras revoluciones, la revolución estadounidense tuvo un éxito parcial. Aparte de dejar a cada estado la decisión sobre si abolir la esclavitud, otra de sus deficiencias fue que otro tipo de aristocracia pasó a controlar la política –una aristocracia que no heredaba títulos, pero sí riqueza, prestigio, reconocimiento y credibilidad. [13] Por otro lado, el régimen constitucional que se inauguró en 1788 era republicano, pero poco democrático, no sólo por excluir a los esclavos y a las mujeres de la esfera política. Solamente los miembros de la Cámara de Representantes eran electos por voto popular. Los senadores y el presidente eran escogidos por los estados, y por el mecanismo del colegio electoral respectivamente.

Hoy en Estados Unidos, una aristocracia oligárquica domina la política; bloquea reformas que buscan atajar la actual debacle social y ecológica, y la desigualdad de riqueza y poder –la cual hoy está en su punto más agudo en ochenta años. Es decir, para todos los efectos prácticos, lo que ha ocurrido en Estados Unidos es un derrocamiento por parte de los ricos y sus corporaciones de los gobiernos federal y estaduales, y el establecimiento de una oligarquía. [14] La crisis democrática que ello significa es también una crisis del estado-nación estadounidense.

En el Siglo 18, los coloniales de Norteamérica lucharon contra lo que consideraban como la tiranía del gobierno imperial británico. Arendt arguyó que los revolucionarios americanos terminaron considerando a las monarquías, no solo a la británica, como tiránicas por definición, por excluirlos de la «felicidad pública» de participar en la esfera política, que es donde se puede ejercer la libertad. [15] Hoy, está en pie una tiranía menos visible, aunque poderosa y letal; pero gran parte de la población estadounidense gasta sus energías en luchas fratricidas y en odiar a enemigos inexistentes. Es decir, Estados Unidos perdió el espíritu revolucionario. ¿En qué consiste el mismo?

Ya vimos que la definición arendtiana de revolución es el establecimiento de un nuevo comienzo, mediante un régimen de libertad. Con el término «libertad» Arendt se refiere a la participación activa en las decisiones políticas. Esa libertad, más que ningún otro elemento, es lo que le da contenido al «espíritu revolucionario»; esa libertad es la ambición y práctica perennes de tal «espíritu». El espíritu revolucionario se trata, por lo tanto, de un ethos, de una manera de ver y vivir la política y la vida pública en general.

En Estados Unidos se ha ido atrofiando tanto la libertad para participar en los asuntos públicos e influir sobre ellos, como la libertad de la intromisión de la religión. Por eso afirmo que en ese país se ha ido perdiendo el espíritu revolucionario, si no se perdió completamente. Para evitar la tiranía, el espíritu revolucionario tiene que ser continuo e intergeneracional. Estados Unidos de América se está acercando a un régimen autoritario, que es la antítesis de un régimen de libertad –pues no imperan los ideales y prácticas revolucionarias, i.e., liberadoras y democráticas.

La disyuntiva a la que se enfrenta Estados Unidos es retomar el espíritu revolucionario, o permitir que la debacle actual siga su curso. La de los puertorriqueños es encarnar por primera vez el espíritu revolucionario, o sucumbir.

[1] Véase Hannah Arendt, On Revolution (1963); Bernard Bailyn, The Ideological Origins of the American Revolution (1967; 2017); Jonathan Israel, The Expanding Blaze: How the American Revolution Ignited the World (2017); Jonathan Israel, A Revolution of the Mind: Radical Enlightenment and the Intellectual Origins of Modern Democracy (2010); Edmund S. Morgan, American Slavery, American Freedom (1975); Edmund S. Morgan, The Birth of the Republic, 1763–1789 (4th ed. 2013); Edmund S. Morgan, Inventing the People: The Rise of Popular Sovereignty in England and America (1988); David Waldstreicher, Slavery’s Constitution: From Revolution to Ratification (2009); Gordon S. Wood, Power and Liberty: Constitutionalism in the American Revolution (2021).

[2] Según Arendt, los revolucionarios de las 13 colonias y de Francia «se enorgullecían de haber inaugurado una nueva era para toda la humanidad». Arendt, supra nota 1, pág. 53 (traducción mía).

[3] Véase Arendt, supra nota 1, pág. 26; Israel, A Revolution of the Mind, supra nota 1, prólogo.

[4] Arendt, págs. 32–34; 41; 46; 56; 119; 125–126. Para Arendt, la libertad significa vivir de manera política, que no es otra cosa que ser partícipe de las decisiones de gobierno. Id., pág. 32. Esa manera de vivir no se puede obtener en una monarquía, sino que requería la constitución de una república. Id., pág. 33.

[5] Arendt, págs. 39; 118.

[6] Véase, e.g., Rogers M. Smith, Civic Ideals: Conflicting Visions of Citizenship in U.S. History 13–14 (1997); Judith Shklar, American Citizenship: The Quest for Inclusion 13–14 (1997).

[7] Smith, supra note 6, pág. 9 (traducción mía).

[8] Id.

[9] Id.

[10] Véase, Gordon, supra nota 1, pág. 110.

[11] Don E. Fehrenbacher, Slavery, Law, and Politics: The Dred Scott Case in Historical Perspective 15 (1981).

[12] Id.

[13] Jonathan Israel usa el término “aristocracia informal”. Israel, A Revolution of the Mind, supra nota 1.

[14] Sobre el concepto de public happiness, y su significado, véase Arendt, supra nota 1, págs. 72; 119; 123; 126–128; 130.

[15] Arendt, págs. 72; 119; 21–22: “[W]ho could fail to recall that Aristotle … had already discovered the importance of what we call today economic motivation –the overthrow of government by the rich and the establishment of an oligarchy.”

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Roberto A. Fernández
Roberto A. Fernández

Written by Roberto A. Fernández

Writer, amateur saxophonist, lawyer. My book “El constitucionalismo y la encerrona colonial de Puerto Rico” is available at the libraries of Princeton and Yale.

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