2- Capitalismo, racismo y dominación

Roberto A. Fernández
26 min readAug 25, 2023

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What’s past is prologue. William Shakespeare, The Tempest

War is a racket. It always has been. It is possibly the oldest, easily the most profitable, surely the most vicious. It is the only one international in scope. It is the only one in which the profits are reckoned in dollars and the losses in lives. General Smedley Butler, U.S. Marines

Las versiones históricas que han prevalecido en Puerto Rico y en Estados Unidos están repletas de omisiones. Por ser incompletas, también son falaces. Al no permitir entender el pasado, esas versiones opacan el presente; y un presente ininteligible no da paso a explicaciones. Tampoco posibilita imaginar futuros que se entronquen en el realismo –en un entendimiento cabal de la realidad humana, independientemente de las circunstancias y del lugar de que se trate.

El devenir histórico de Estados Unidos debe ser de interés para los puertorriqueños, por razones obvias: Tener un entendimiento lo más amplio posible de la historia estadounidense cierra brechas hacia la comprensión de la cultura de ese país y su dominio sobre Puerto Rico. Nos hemos negado la adquisición de ese entendimiento, lo que también ha contribuido a la longevidad de nuestra subordinación política y material a un país cuyos gobiernos y empresarios nos han visto y tratado como peones en su tablero de ajedrez.

En el presente capítulo proveo una mirada general a los factores que forjaron al país cuyo gobierno y capitalismo nos domina desde 1898. En la sección final del capítulo proveo mi evaluación sobre el estado en que se encuentra hoy la sociedad estadounidense, a la vez que exploro si el capitalismo resultó ser incompatible con la democracia.

Algunas constantes de la cultura estadounidense

En la Inglaterra de finales del siglo 16 y comienzos del 17, el protestantismo, el nacionalismo, y el capitalismo «forjaron la economía y la sociedad inglesa». [1] Esa cultura se trasplantó a las trece colonias. [2] Los ingleses de esa época ya alardeaban de su supuesta excepcionalidad, y de ser superiores a los españoles y portugueses, quienes –según su retórica– carecían de la vocación de libertad de los compatriotas de Shakespeare. [3] Según ellos, su expansión en las Américas sería benigna, muy distinta de la opresión portuguesa y española, pues llevarían al resto del planeta la «libertad inglesa». [4] Por supuesto, ofrecieron las mismas barbaridades que los ibéricos: esclavitud, opresión, explotación y exterminio.

Los colonos que se establecieron en Jamestown, en lo que sería la colonia de Virginia, no tenían otras pretensiones que las de hacer riqueza, para lo cual encontraron necesario desplazar y matar a los nativos o «indios», e importar esclavos europeos (indentured servants) y esclavos africanos. [5] Por su parte, los colonos ingleses que llegaron a Plymouth articularon nociones de excepcionalidad, inmersas en su religiosidad y en la idea de que estaban llamados a ser los «redentores» de la humanidad. [6] Esos colonos de Nueva Inglaterra y del resto de las colonias del «norte» también desplazarían y matarían a los «inferiores» o «salvajes» nativos del continente, [7] y tendrían esclavos. Los colonos de Virginia y de Nueva Inglaterra trajeron algo más con ellos: el prejuicio racial. [8]

Desde el mismo siglo 17, esas colonias estaban estratificadas, con una clase alta compuesta de terratenientes, comerciantes, ministros religiosos y algunos profesionales; otro grupo compuesto por artesanos, mano de obra y pequeños propietarios. Abajo en la pirámide estaban tres estratas: Los descendientes pobres que eran descendientes de europeos; los europeos o sus descendientes que eran siervos a contrato (indentured servants) –esclavos «blancos» por tiempo limitado–; y, en la más absoluta abyección, estaban los seres humanos secuestrados en África para crear riqueza como esclavos a perpetuidad, y sus descendientes. La desigualdad económica siempre fue notable, aunque nunca produjo el grado de miseria que existía en la Europa de la época. [9] Los más miserables eran, por mucho, los esclavos. La institución de la esclavitud era más desgraciada que la mera pobreza, a la vez que los esclavos de origen africano fueron eventualmente ignorados por quienes se esforzaron en liberar las colonias y establecer un régimen entroncado en la libertad. [10]

A modo de ilustración, en el Boston de 1687, cincuenta individuos controlaban un cuarto de la riqueza. Esa desigualdad se ahondó al aumentar la riqueza y la población. Para 1770, el uno por ciento al tope de la pirámide controlaba el cuarenta y cuatro por ciento de la riqueza. [11] Esa desigualdad fue un patrón que se repetía en todas las colonias y en las ciudades importantes. Con el tiempo, las élites vivirían en una opulencia que tendía hacia la ostentación, lo que añadía al resentimiento del resto de la población. [12]

Las raíces coloniales de la explotación y el racismo

El conflicto de clases comenzó temprano en la era colonial, y gran parte de las energías de los grupos dominantes y de los gobiernos coloniales se volcaron hacia reprimir rebeliones e intentonas de rebelión, o descontento en general, el cual tomaba varias formas. [13] La conciencia de clase que comenzaron a desarrollar los sirvientes europeos y los esclavos sería neutralizada con el contraste, que se ahondaría, entre las condiciones de unos y otros. Ese contraste se explicaría, racionalizaría y justificaría mediante el racismo. [14]

Resulta que, aparte del énfasis en su supuesta excepcionalidad y superioridad, otra constante de la historia y cultura estadounidense es su particular versión del conjunto de ideas, actitudes y acciones que conocemos como «racismo». [15] Esas ideas se utilizarían como racionalización, explicación y justificación para el dominio sobre los pueblos indígenas, los afroamericanos, los inmigrantes de Asia y América Latina; y, eventualmente, sobre nosotros los puertorriqueños en cuanto «sujetos coloniales», cuya pertenencia a otra entre tantas «razas inferiores» nos «incapacita», tanto para dirigir nuestro destino como para participar en alguna medida en los procesos políticos del país cuyo gobierno así nos percibe y trata.

La necesidad de control social partía de un miedo perenne a las rebeliones. Las élites coloniales también le temían al resentimiento de los «blancos pobres», en sociedades con limitada movilidad social, y con una clase rica en cada colonia que poseía los medios y la voluntad para acaparar la riqueza. [16] La mencionada esclavitud «blanca», sistémicamente menos cruel que la africana, era además de duración limitada –hasta 7 años. Los africanos serían esclavos mientras vivieran, al igual que su descendencia. Esa diferencia se explicaría y justificaría con la articulación explícita de la idea de que los seres humanos se clasifican y dividen a base de su «raza».

Eventualmente, la servidumbre blanca desaparecería –en 1787, la Constitución que emergió de Philadelphia todavía reconoce su existencia– pero ello no significa que a estos humanos de origen europeo les fue bien en las colonias. Su tratamiento también fue vil, y basado en el deseo de explotar su trabajo y sus cuerpos al menor costo posible para los «amos». [17] No es menos cierto, sin embargo, que desde temprano en el periodo colonial se trató distinto –peor– a los esclavos africanos, en lo que resultó ser una de las estrategias de dominación para mantener divididos a dichos grupos. [18]

Es también conocido que la economía de plantación de las colonias sureñas requería mayor número de esclavos que la de las colonias «del norte».[19] Ahí comenzaron unas diferencias que, desde el mismo siglo 18, causarían dificultades a la nueva nación en sus esfuerzos de unirse en, y mantener intacta, una entidad política. Las dificultades alcanzarían su clímax con las tensiones que desembocaron en la Guerra Civil de 1861–1865. Pero no se debe olvidar que la esclavitud era un buen negocio, tanto para los dueños de plantaciones del sur como para los comerciantes, banqueros, abogados, artesanos, fabricantes, y constructores y dueños de barcos de los estados del norte. [20]

El racismo parte de la convicción de que hay tal cosa como «razas», y que la «raza blanca» es superior a todas las otras. El color de la piel –la mayor o menor presencia de los pigmentos que conocemos como melanina– se convirtió en el criterio visible de esas «diferencias», las cuales a su vez se traducen en supuestas variaciones de intelecto, de bondad, de capacidad para la libertad y para la ciudadanía plena, y para gobernarse. Es decir, por naturaleza, unas razas están destinadas a dominar, otras a la subordinación. Tamaña ideología. [21]

No se debe pasar por alto la ironía –incluso, la tragedia– de que la idea de «raza» se basa en falsedades, en nociones que no tienen entronque alguno en la realidad biológica, moral, intelectual y creativa de los seres humanos. Sólo existe una especie de homo sapiens, una sola especie humana. Las diferencias entre los llamados «grupos» humanos son superficiales, producto de aislamiento geográfico y diferencias ambientales que no produjeron distintas especies de humanos. [22] Por eso es común dar con personas que tienen una secuencia genética más similar a una persona de otra «raza» que a alguien de la propia o, incluso, que un familiar. [23]

Esa idea de raza es, por lo tanto, un constructo arbitrario y falaz. Su efectividad se debe, entre otros factores, a que se ha utilizado para simplificar la complejidad de la realidad humana; para satisfacer el extraño deseo de hacer inteligible lo que es complicado, aunque las explicaciones que emerjan sean erradas. También es un invento poderoso, porque se ha utilizado para racionalizar y justificar la opresión y explotación de unos seres humanos por otros; [24] y porque, en la búsqueda de identidad, ha dado a millones una razón para sentirse superiores a otros humanos, aunque no participen de la riqueza, poder y dominación de aquellos que más se benefician de mantener a la gente dividida en tribus o en «razas». Popper lo articuló así: To tell men that that they are equal has a certain sentimental appeal. But this appeal is small compared with that made by a propaganda that tells them that they are superior to others, and that others are inferior to them. [25]

Los hombres de la revolución estadounidense eran conscientes del problema de la esclavitud. Ese problema no era otro que la contradicción entre poseer seres humanos como esclavos y el credo de la igualdad de todos los seres humanos. Sabían que la única manera de eliminar la contradicción era aboliendo la esclavitud, lo cual no hicieron por razones de conveniencia económica y política. Algunos optaron por descansar en la conveniente noción de que la esclavitud desaparecería de manera paulatina e inevitable en relativamente poco tiempo. [26]

Una de las confrontaciones que se dio en la asamblea de 1787 en Philadelphia fue entre lo que Fehrenbacher llama «un interés en la esclavitud y un sentimiento anti esclavista». [27] Tal autor afirma que el interés en la esclavitud era «concentrado, persistente, práctico, e irritablemente defensivo». Por otro lado, el sentimiento anti esclavista «tendía a ser difuso, esporádico, moralista, y tentativo». [28] Se trató, por lo tanto, de una asimetría de poder y convicción entre ambos bandos, lo cual explica en parte por qué prevaleció el sector que abogaba por la continuación del statu quo esclavista. También es cierto que la abolición paulatina de la esclavitud en los estados del norte fue una de las consecuencias de la revolución. Pero la «peculiar institución» se consolidó y expandió en los estados agrícolas del sur. Casi al final de su vida, el dueño de esclavos Thomas Jefferson escribió sobre su temor de que la esclavitud sería el detonante de una guerra fratricida. Cuatro décadas después, los estados de la confederación declararon su secesión y atacaron Fort Sumter.

Desde tiempos coloniales, Benjamin Franklin, James Otis, entre otros, instaron al gobierno británico a eliminar controles gubernamentales a la actividad empresarial. Franklin se valió de argumentos económicos, hoy familiares en boca de los neoliberales. Otis echó mano de los argumentos «libertarios», con el lenguaje de «derechos», los cuales se convirtieron en uno de los pilares del discurso del capitalismo y su aliado, el estado constitucional, i.e., las «democracias liberales». Todo indica que Otis fue el primero en articular argumentos jurídicos similares a los utilizados un siglo y medio después para invalidar leyes que buscaban proteger de la explotación extrema a los más desvalidos, incluso niños y mujeres que trabajaron en horribles sweatshops en los siglos 19 y principios del 20. [29]

Las élites coloniales que declararon la independencia en 1776 tuvieron, como razones para separarse, el afán de hacer más riqueza y de proteger la que ya habían adquirido. Hubo varios detonantes importantes que contribuyeron a precipitar su independentismo. El parlamento inglés no solamente estaba legislando nuevos impuestos, sino también restricciones comerciales y de producción, todas diseñadas para proteger los intereses financieros y capitalistas de las élites de Gran Bretaña y los intereses del imperio. [30] Otros factores incluyeron el acuerdo de 1763 de Gran Bretaña con las tribus al oeste de las Apalaches, que limitaban la toma de tierras indias, el cual tampoco fue bien recibido por los colonos. [31]

Además, los colonos temían que ese parlamento eventualmente legislara para abolir la esclavitud, un temor catalizado por la decisión de Lord Mansfield en Somerset v. Stewart.[32] Charles Stewart, un empleado de aduana de Virginia, viajó a Londres con su esclavo James Somerset. Una vez en la capital inglesa, Somerset escapó, pero fue capturado. En reacción a la afrenta de escapar, Stewart vendió a su esclavo, pero, antes transportar a Somerset a Jamaica, abolicionistas ingleses presentaron un recurso de habeas corpus en su nombre. El planteamiento central era que la presencia de Somerset en Inglaterra lo había convertido en un hombre libre, pues el régimen de esclavitud no era reconocido allí. Mansfield resolvió que el acto de recapturar a Somerset, para entonces venderlo y deportarlo a Jamaica, era suficientemente extremo como para ofender las nociones inglesas de libertad humana.

El juez no declaró que la esclavitud estaba abolida en Inglaterra, mucho menos en el imperio. Mansfield sí señaló que la esclavitud solamente puede existir si es sancionada por ley, a la vez que reafirmó la noción de la supremacía del Parlamento británico sobre las colonias. [33] De hecho, a pesar de que los habitantes de las colonias no tenían representación en Londres, Mansfield afirmó desde su escaño en el House of Lords que el Parlamento tenía la misma autoridad sobre ellos que poseía sobre los habitantes de Gran Bretaña (votaran o no para enviar representantes al Parlamento), y sobre los del resto del imperio. [34]

La decisión en Somerset fue percibida en las colonias, sobre todo en las sureñas, como un mal augurio. [35] Sobre todo, porque las expresiones de Mansfield enviaron el mensaje de que el Parlamento británico podía abolir la esclavitud en las colonias en cualquier momento. A la doctrina de Mansfield se enfrentaría, no ya el slogan colonial de no taxation without representation, sino la noción de que los colonos debían decidir sobre su vida económica; no un parlamento distante al cual ellos no enviaban representantes. Más allá de consignas, las élites coloniales se movilizarían para protegerse de lo que percibían como amenazas a sus intereses y su forma de vida.

Todo eso me lleva a otra constante que explica a Estados Unidos: el afán de expansión económica o «capitalista», la cual hasta comienzos del siglo 20 vino de la mano de la expansión territorial. La agenda de expansión, dictada por la adinerada burguesía, requirió y utilizó el poder y violencia del estado para eliminar los obstáculos a la obtención de nuevas fuentes de inversión y riqueza. Ello ha venido acompañado de la tensión entre la actividad económica y su reglamentación por el Estado (incluso la resistencia al requerimiento de aportaciones al fisco estatal mediante impuestos).

Además del papel central del individualismo, la noción de excepcionalidad y de pueblo escogido, además del capitalismo y el racismo, hay otras constantes importantes que siguen vigentes en el siglo 21. Éstas incluyen los conflictos de clase, la desigualdad de riqueza, el miedo de las clases dominantes a que las masas se rebelen o de otra manera entorpezcan la maquinaria capitalista, y la consciencia de muchos en las clases subordinadas del afán acaparador y avasallante de los ricos y poderosos, además de su corrupción y la de los gobernantes a su servicio.

Quizás el que haya unos que mandan y otros que obedecen es la corrupción fundamental de las comunidades complejas que enmarcamos en el término «civilización». Esa «corrupción» es posible porque la mayoría de nosotros no quiere mandar ni tampoco ejercer la temida libertad. Preferimos que se nos diga qué hacer, cómo pensar, en qué creer. Los otros actos corruptos cometidos por los políticos y por los ricos serían posibilitados por esa realidad fundamental.

Principios democráticos y su incumplimiento

Quienes requieren movilizar a las masas echan mano de las ideas disponibles en su medio socio-cultural, con la esperanza de convertirlas en motivación, en inspiración, en algo que se perciba como más grande que la inmediatez de la rutina cotidiana o de los destinos individuales. Quienes se congregaron en Philadelphia en el verano de 1776 apostaron a que su denuncia de la tiranía británica, entroncada en la retórica ilustrada de los derechos inalienables de los seres humanos, proveería la llama para encender y sostener el entusiasmo de la población en general, y en particular de quienes ya estaban peleando y muriendo en los campos de batalla al mando del hombre más rico de las colonias, George Washington. Rogers M. Smith describe ese aspecto político-pragmático: «La necesidad de los líderes revolucionarios de obtener apoyo para su peligrosa guerra indudablemente proveyó la causa inmediata para abogar por versiones comparativamente radicales de los derechos del hombre y del republicanismo».[36]

Una de las paradojas, e ironías, del drama histórico estadounidense –y humano en general– es que la élite que articuló esos principios no los llevó cabalmente a la práctica. Según Peter Irons, los hombres «blancos» y «propietarios» que redactaron y firmaron la Declaración de Independencia no internalizaron que los derechos inalienables y la igualdad que reclamaban para ellos cobijaban a quienes «no eran como ellos». Cuando «otro grupo de hombres blancos propietarios se reunieron en Philadelphia en 1787 a redactar una constitución para los Estados Unidos, llevaron a esa tarea la misma ausencia de comprensión». [37] Pero, ¿se trató de ausencia de comprensión, o de simple conveniencia? Entre otros autore, Kendi y Waldstreicher arguyen, de manera convincente, que se trató de conveniencia. [38]

Los intereses económicos y de clase de la élite colonial siempre estuvieron por encima de cualquier otra consideración –como ocurre todavía hoy. Además, desde tiempos coloniales se fue desarrollando una cosmovisión que se caracteriza por resistir o ser impermeable a un trato lo más justo y humano posible para todos. Esa forma de relacionarse con la realidad ha sido moldeada por la historia y la cultura resultante de esa historia, y se ha reproducido hasta nuestros días. [39] Con importantes excepciones, los descendientes de los founding fathers han probado ser igualmente incapaces de actuar a la altura de los ideales expresados en la Declaración de 1776. La inequidad y la opresión son de carácter histórico, cultural y estructural.

La promesa de democracia sustancial sigue incumplida, aunque ha tenido el efecto de inspirar y legitimar reclamos en esa dirección de parte de los marginados, los discriminados, los oprimidos, los olvidados, no sólo en la sociedad estadounidense, sino en el planeta entero. Pero, para aquellos a quienes los define el afán de ganancias, o una resistencia visceral a la más amplia democracia sustancial, aspiraciones de justicia y dignidad nunca pasan a un primer plano. Eso era cierto en el siglo 18, y lo es en el siglo 21.

The Business of America [Has Always Been] Business: La constitución capitalista

No obstante las mitologías, apologías y elogios sobre y en torno a la Constitución que salió de Philadelphia en 1787, [40] uno de los propósitos principales detrás de la redacción de ese documento fue facilitar la expansión económica –hoy la llamamos «expansión capitalista». [41] A través del nuevo gobierno federal, las élites asumieron el control exclusivo de la expansión territorial, que incluyó convertir o no en provincias («estados») a los nuevos territorios; al igual que del comercio interior y exterior, de la moneda, la banca, las quiebras, las patentes, las relaciones exteriores, y del poder de hacer tratados –entre otras prerrogativas neurálgicas a ser exclusivas del nuevo gobierno federal.

Esa Constitución les dio poder sustancial a los esclavistas de las plantaciones del Sur, al contar al 60 por ciento de los seres humanos esclavizados que vivían en cada estado para determinar la representación en la Cámara de Representantes; [42] y proveerle asistencia en la recuperación de los esclavos fugitivos. [43] También federalizó la supresión de rebeliones de esclavos, al autorizar el Congreso a movilizar la milicia en esos casos. [44]

Todo ello, y más, se estableció para proveerle paz mental a las élites del norte y del sur; y darle rienda suelta al afán de consolidar y aumentar su riqueza. Sobre la esclavitud y su rol en la producción y consolidación de riqueza –lo cual en Estados Unidos siempre se traduce en un rol político– la conclusión de Waldstreicher parece ser inescapable: «La esclavitud fue tan importante para la creación de la Constitución como lo fue la Constitución para la sobrevivencia de la esclavitud».[45] Pero, más allá de consolidar la esclavitud, de la cual vivían entonces gran parte de la población y hombres de negocio, tanto en el norte como en el sur, la Constitución estableció el marco institucional para la expansión económica y territorial que continuó de manera avasalladora entre 1788 y 1898.

La expansión ilimitada exige poder sin controles

Estados Unidos es probablemente el más capitalista de los países capitalistas. En contraste con Europa, en Estados Unidos los capitalistas –los ricos, la clase propietaria, los esclavistas, los comerciantes e industriales– han formado parte de la élite gobernante desde el principio, incluso antes de ganar la guerra de independencia. Es por eso que, desde su incepción, Estados Unidos buscó expandirse: Los territorios del Noroeste; la compra de Louisiana; las otras adquisiciones por tratado; las anexiones mediante las guerras contra México y contra las naciones o «tribus» nativas.[46]

Cuando concluyó la expansión continental, el capitalismo estadounidense –como el europeo– seguía preso de ciclos de depresión y desaceleración, estafas financieras y caídas de la bolsa. La adquisición en 1898 de Puerto Rico y otros «territorios de ultramar» es inteligible como una nueva etapa de la expansión capitalista estadounidense, impulsada por lo que Arendt llamó «necesidad económica». [47] El capitalismo exige expansión ilimitada, y la nación-estado demostró ser demasiado limitada, su población insuficiente, para tal monstruo. [48]

Las crisis cíclicas llevaron a los capitalistas y políticos a embarcarse en una expansión territorial y económica más allá de los límites geográficos de la nación-estado, el tipo de expansión que se conoce como «imperialismo». Exactamente la misma dinámica estaba teniendo lugar en Europa, y la respuesta también fue la misma: la dominación imperialista para hacer posible la expansión capitalista, en este caso hacia África y Asia. Mientras tanto, en la década de 1890, cuando ya se había «cerrado la frontera», los capitalistas estadounidenses estaban aturdidos por la depresión de 1893.

Es así como, a finales del siglo 19, con desarrollos en ambos lados del Atlántico, comienza la era del capitalismo globalizado, bajo la cual aún vivimos. [49] Es decir, una vez Estados Unidos cerró su frontera, al subyugar completamente a las naciones nativas del continente, los capitalistas estadounidenses apostaron a la misma solución a sus problemas que implantaron los europeos: La expansión extraterritorial, pues la población estadounidense no podía absorber la producción industrial y agrícola; ni hacer ricos a los que aún no lo eran; ni más ricos a los que ya lo eran.

La Guerra Hispanoamericana fue producto del interés, y la necesidad, de los capitalistas y financieros de Estados Unidos de tener acceso a «nuevos mercados» y nuevas oportunidades de expansión. Los disloques que los europeos y estadounidenses causaron en África, Asia y América Latina, los abusos y matanzas, solamente competirían con las carnicerías de las dos guerras mundiales que devastaron Europa misma, ambas producto de esa competencia de los capitalistas por el control de recursos, mercados, materia prima y mano de obra barata y desechable.

Rivera Ramos hace la pertinente salvedad de que la adquisición de colonias no es un requisito para esa expansión. Mas en el debate que se dio en Estados Unidos prevaleció el bando «imperialista», y adquirieron como colonias a Filipinas, Guam y Puerto Rico, a la vez que anexaron a Hawaii luego de derrocar su gobierno. [50]

Coda: Capitalismo vs. democracia

Es esencial reflexionar sobre si la lógica del capitalismo, con su perenne impulso de expansión, es antitética a la democracia e incongruente con los límites geográficos y humanos de la nación-estado. Según Arendt, tal antítesis es inevitable. Arguyó dicha autora que la nación-estado no es apta para el imperialismo –para la expansión extra territorial y la subyugación de otras gentes– pues la misma está basada en «un consentimiento activo al gobierno de parte de una población homogénea». [51]

La adquisición y colonización de tierras y poblaciones extranjeras tendría que confiar en, o imponer, el consentimiento y obviar así la justicia; es decir, «degenerar en tiranía». [52] Después de todo, el consentimiento genuino «no puede extenderse indefinidamente, y rara vez, y con dificultad, se obtiene de los pueblos conquistados». [53]

En fin, los ricos y los aspirantes a serlo vieron los límites geográficos, económicos y políticos de la nación-estado como obstáculos a superar, a la vez que usaron sus capacidades militares y burocráticas para facilitar la preciada expansión global. Hoy parece claro que el capitalismo resultó ser incompatible con la democracia. Estamos viviendo bajo una plutocracia totalitaria, porque «sólo la acumulación ilimitada de poder podría generar la acumulación ilimitada de riqueza». [54] Se trata del fin de la posibilidad de hacer política, en la medida en que la política requiere más que el consentimiento de los gobernados. La política ocurre cuando hay auto gobierno, que incluye participar en la tarea de gobernar, la cual a su vez incluye la deliberación y la persuasión en busca del bien común.

La rapacidad de los capitalistas no tiene límites. Por eso, las mismas fuerzas que tiranizan a otros pueblos para facilitar la expansión capitalista también se vuelven contra la población misma de la nación imperial. Eso es lo que ocurre hoy en Estados Unidos, donde lo que existe es una plutocracia: un gobierno fantasma de unos pocos adinerados, pues controlan los gobiernos de los estados y al gobierno federal con sus cabilderos, sus contribuciones a las campañas partidistas, y sus demás esquemas corruptos. El dinero manda.

Es por eso que el Congreso no responde a la mayoría de la población; es por eso que encuestas y estudios demuestran que la mayoría de la gente en Estados Unidos favorece políticas que no se implantan, pues los oligarcas tienen otras agendas. En el Estados Unidos de la posguerra (luego de 1945), la aspiración de democracia se encontró con los obstáculos de esa oligarquía que, en contubernio con los gobernantes, aumentaron el gasto público para la guerra perenne. Recuérdese que, en su último mensaje al país antes de la inauguración del presidente Kennedy, el presidente Eisenhower advirtió sobre la amenaza que representa el «conglomerado militar industrial». Nunca, particularmente desde 1941, Estados Unidos ha estado en paz. La guerra es un gran negocio, subsidiado por deuda pública y por los impuestos de quienes menos se benefician de la misma.

Aparte de los abusos en el extranjero, en Estados Unidos destruyeron las uniones, congelaron los salarios, cambiaron las reglas de la banca, y bajaron los impuestos a los ricos y sus corporaciones. Esas y otras medidas produjeron una fuga de dinero «hacia arriba», empobreciendo a la mayoría. Esa es a agenda de la «era de Reagan», la del neoliberalismo: un capitalismo con pocos frenos y controles, pero que exige que el gobierno lo rescate cuando mete la pata. La reacción a esa realidad de una parte sustancial de la población ha sido revivir viejos prejuicios y crear nuevos. Los demagogos han explotado las debilidades históricas de la cultura estadounidense, a sabiendas de que los responsables de que la gente esté más pobre no son los inmigrantes, las minorías, los gays, ni los «liberales». Los culture wars son una excelente distracción, que favorece a los criminales responsables de la debacle actual.

En fin, la tiranía sufrida por los pueblos que han sido víctimas del imperialismo –entre ellos, Puerto Rico– siempre se ha manifestado también en Estados Unidos. Las campanas siempre doblan por cada uno de nosotros.

[1] Kermit Hall & Peter Karsten, The Magic Mirror: Law in American History 28 (2nd ed. 2009) (traducción mía).

[2] Id. Estos autores enfatizan una diferencia con Inglaterra: las colonias no tenían pasado feudal. «Los colonos maduraron su tradición jurídica bajo esta singular circunstancia. El cuerpo sustancial de leyes que surgieron de las primeras instituciones jurídicas de las colonias estadounidenses promovió una sociedad más abierta y una en la que los individuos podían experimentar mayores oportunidades económicas que las que existían en la madre patria. Sin embargo, entre los primeros colonos hubo tanto perdedores como ganadores, y las decisiones sobre cómo tratar a los pobres, castigar a los desviados y hacer cumplir las obligaciones económicas afectaron a algunas personas más que a otras». Id. (Traducción mía).

[3] Cottrol, infra nota14, págs. 87–88; Morgan, infra nota 14, págs. 6–9; Smith, infra nota 14, págs. 48–49.

[4] Morgan, infra nota 14, págs. 15–16; Waldstreicher, infra nota 14, pág. 22.

[5] Kendi, infra nota 14 págs. 35–38.

[6] Smith, infra nota 14, pág. 71; Kendi, infra nota 14, pág. 16.

[7] Irons, infra nota 14, págs. 14–16; Zinn, Howard Zinn, A People’s History of the United States 13–17 (2003); Smith, infra nota 14, págs. 59–63; Kendi, infra nota 14, págs. 18–19.

[8] Kendi, infra nota 14, capítulos 1–6, págs. 15–75.

[9] Según Arendt, esa diferencia fue decisiva en los divergentes rumbos de las dos revoluciones del siglo 18: la Revolución de las colonias británicas, y la Revolución Francesa. Hannah Arendt, On Revolution 23–24; 60–63; 66–70 (1963).

[10] Arendt, supra nota 9, pág. 71.

[11] Zinn, supra nota 7, págs. 49; 65. A partir de la década de 1730, Boston fue escenario de varios motines y otros incidentes violentos, en reacción a los abusos de la clase adinerada de la ciudad. Zinn, pág. 51.

[12] Zinn, págs. 48; 51. «New York en el periodo colonial era como un reino feudal». Zinn, pág. 48.

[13] Zinn, supra nota 7, págs. 39–42; 45–52. Ello se tornó en una ventaja: Para la década de 1760, al comienzo de la crisis revolucionaria, «la élite rica que controlaba las colonias británicas tenía 150 años de experiencia, había aprendido ciertas cosas sobre cómo gobernar. Tenían varios miedos, pero también habían desarrollado tácticas para lidiar con lo que temían». Zinn, pág. 53 (traducción mía).

[14] Para profundizar sobre la historia del racismo, y su impacto en el desarrollo socio-político de Estados Unidos y de los pueblos y seres humanos bajo su dominio, véanse, e.g., Roberto Ariel Fernández, Racism, Culture, Law, and the Judicial Rhetoric Sanctioning Inequality and Colonial Rule, 53 Rev. Jur. U.I.P.R. 609 (2019); Ibram X. Kendi, Stamped from the Beginning: The Definitive History of Racist Ideas in America (2017); Robert J. Cottrol, The Long, Lingering Shadow: Slavery, Race, and Law in the American Hemisphere (2013); David Waldstreicher, Slavery’s Constitution: From Revolution to Ratification (2009); Mark S. Weiner, Americans Without Law: The Racial Boundaries of Citizenship (2006); The Louisiana Purchase and American Expansion (Sanford Levinson and Bartholomew H. Sparrow, eds. 2005); Foreign in a Domestic Sense, Puerto Rico, American Expansion and the Constitution (Christina Duffy Burnett & Burke Marshall, eds. 2001); Mary L. Dudziak, Cold War Civil Rights: Race and the Image of American Democracy (2000); Peter Irons, A People’s History of the Supreme Court (1999); Pedro A. Cabán, Constructing a colonial people: Puerto Rico and the United States. 1898–1932 (1999); Rogers M. Smith, Civic Ideals: Conflicting Visions of Citizenship in U.S. History (1997); Judith Shklar, American Citizenship: The Quest for Inclusion (1997); Ivan Hannaford, Race: The History of an Idea in the West (1996); Ronald Fernandez, The Disenchanted Island: Puerto Rico and the United States in the Twentieth Century (1992); Edmund S. Morgan, American Slavery, American Freedom (1975); Winthrop D. Jordan, White Over Black: American Attitudes Toward the Negro. 1550–1812 (1968).

[15] Como discutí en el Capítulo 1, las ideas conforman y determinan las culturas humanas. Las ideas no son otra cosa que información, la cual se transmite de cerebro a cerebro a través de su manifestación en acciones, omisiones, verbalizaciones y actitudes, las cuales a su vez son adoptadas y manifestadas por otros seres humanos. Véase David Deutsch, The Beginning of Infinity: Explanations that Transform the World 369–397 (2011).

[16] Zinn, supra nota 7, págs. 47–48; 56. Hall & Karsten, supra nota 1, págs. 28–30.

[17] Zinn, supra nota 7, págs. 42–46.

[18] Morgan, supra nota 14, págs. 327–337; 344–345; Smith, supra nota 14, págs. 66; 287–288; Zinn, supra nota 7, págs. 37–38; Cottrol, supra nota 14, pág. 88.

[19] Irons, supra nota 14, pág. 13.

[20] Waldstreicher, supra nota 14, págs. 17–18.

[21] Zinn utiliza el término «sentimiento racial» (racial feeling) para referirse a la presencia de uno o más de los siguientes: Odio, desprecio, lástima, o condescendencia, esa «combinación de estatus inferior y pensamiento insultante que llamamos racismo». Zinn, supra nota 7, pág. 24 (traducción mía). Es un hecho histórico que «la noción de superioridad racial ha estado presente en la vida estadounidense desde tiempos coloniales». Efrén Rivera Ramos, The Legal Construction of Identity: The Judicial and Social Legacy of American Colonialism in Puerto Rico 37 (2001) (traducción mía).

[22] Véase, e.g., Jared Diamond, The Third Chimpanzee: The Evolution and Future of the Human Animal 64; 112–117 (1992).

[23] Richard Delgado & Jean Stefancic, Critical Race Theory: An Introduction 8–9 (2012). Véase también Saint Francis College v. Al-Khazraji, 481 U.S. 604, 610 n.4 (1987).

[24] Véase, e.g., Kendi, supra nota 14, pág. 99: So long as there was slavery, there would be racist ideas justifying it.

[25] Karl Popper, The Open Society and its Enemies 92 (1945) («Decir a los humanos que son iguales tiene cierto atractivo sentimental. Pero este atractivo es pequeño comparado con el que se consigue con una propaganda que les dice que son superiores a otros, y que esos otros son inferiores a ellos»).

[26] Véase Gordon S. Wood, Power and Liberty: Constitutionalism in the American Revolution 110 (2021).

[27] Don E. Fehrenbacher, Slavery, Law, and Politics: The Dred Scott Case in Historical Perspective 15 (1981).

[28] Id.

[29] Waldstreicher, supra nota 14, págs. 25–28; 30–31; Smith, supra, nota 14, págs. 70–71 (los colonos se valieron de argumentos «liberales» –libertad para hacer negocios como entendieran– y «republicanos» –no taxation without representation– para persuadir a las autoridades británicas a que desataran el nudo de las restricciones y los impuestos). Véase, e.g., Lochner v. New York, 198 U.S. 45 (1905).

[30] Waldstreicher, supra nota 14, págs. 25–26; 29–31; Smith, supra nota 14, pág. 44; Kendi, supra nota 14, pág. 99 (many rich men in the colonies … were reeling from British debt, taxes, and mandates to trade within the empire. They had the most to gain in independence and the most to lose under British colonialism. … Financially, they could not help but salivate over all those non-British markets for their goods, and all those non-British products they could consume, like the world-renowned sugar that French enslavers forced Africans to grow in what is now Haiti).

[31] Véase Jean Edward Smith, John Marshall: Definer of a Nation 38 (1996); Zinn, supra nota 7, pág. 87. La independencia significaría libertad total para subyugar a los nativos y arrebatarle sus tierras. Zinn, pág. 86.

[32] 98 Eng. Rep. 499 (1772).

[33] En el pasaje más célebre de la decision, Mansfield declaró: The state of slavery is of such nature, that it is incapable of being introduced on any reasons, moral and political, but only by positive law, which preserves its force long after the reasons, occasion, and time itself from whence it was created, is erased from memory. It is so odious, that nothing can be suffered to support it, but positive law. 98 Eng. Rep., pág. 510. Mansfield ordenó la liberación de Somerset. Véase Roberto Ariel Fernández, Race, Culture, Law, supra nota 14, págs. 643–645.

[34] Waldstreicher, supra nota 14, pág. 34. Mansfield fue consecuente con casi dos siglos de pronunciamientos judiciales que enfatizaban la lealtad de aquellos que vivían bajo la protección de un monarca, independientemente de consideraciones geográficas o particularidades culturales o lingüísticas. El principio es el mismo, aunque se sustituya «rey» por «parlamento». Véase Smith, supra nota 14, págs. 40–41.

[35] Waldstreicher, supra nota 14, págs. 41–42; Smith, supra nota 14, pág. 64; 67.

[36] Smith, supra nota 14, págs. 87–88 (traducción mía). Véanse también págs. 70–71. Estos independentistas expusieron un «liberalismo racional sin reconocer las amenazas a su sentido de superioridad innata que éste representaba». Smith, pág. 83. Otro autor destacó: The Revolutionary leadership distrusted the mobs of poor. But they knew the Revolution had no appeal to slaves and Indians. They would have to woo the armed white population. Zinn, supra nota 7, pág. 77.

[37] Irons, supra nota 14, pág. 16 (traducción mía).

[38] Kendi, supra nota 14, págs. 99; 105; 106. Y remata así: No one had to tell them that their revolutionary avowals were leaking in contradictions. Nothing could persuade slaveholding American patriots to put an end to their inciting proclamations of British slavery, or to their enriching enslavement of African people. Forget contradictions. Both were in their political and economic self-interest. Kendi, pág. 107.

[39] Para una discusión de los eventos e ideas que produjeron el racismo, la ideología de «supremacía blanca» y el desarrollo de una identidad nacional alrededor de la idea de raza, véase Roberto Ariel Fernández, supra nota 14, págs. 609–611; 614–624; 627–636.

[40] Véase, e.g., Carl Van Doren, The Great Rehearsal: The story of making and ratifying the Constitution of the United States (1948).

[41] Véase, e.g., Hugh Evander Willis, Capitalism, the United States Constitution and the Supreme Court, 22 Ky. L.J. 343 (1934). No deja de ser significativo que Adam Smith publicó The Wealth of Nations en 1776, año de la Declaración de Independencia.

[42] Esa fue una de las maneras en que la Constitución estadounidense reconoció que tener esclavos era para sus dueños «una fuente de poder y de riqueza». Waldstreicher, supra nota 14, pág. 5.

[43] Esa cláusula constitucional, incluida en el Artículo IV, tiene antecedentes en acuerdos que había entre las colonias para extraditar a los esclavos fugitivos. Zinn, supra nota 7, pág. 46.

[44] La cláusula de Full Faith and Credit (entera fe y crédito), incluida también en el Artículo IV, era necesaria para los esclavistas, pues obligaba a los estados, aunque hubiesen abolido la esclavitud, a reconocer su legalidad en los estados que la mantuvieran. Waldstreicher, supra nota 14, pág. 8.

[45] Waldstreicher, supra nota 14, pág. 17.

[46] Rivera Ramos, supra nota 21, págs. 27–28. «Estados Unidos de América nació y se constituyó a través de la expansión». Rivera Ramos, pág. 27. El interés en la región del Caribe se remonta a tiempos coloniales. Cinco de los primeros seis presidentes estadounidenses (la excepción fue Washington) ponderaron la deseabilidad de adquirir a Cuba. Rivera Ramos, pág. 28; 1 José Trías Monge, Historia Constitucional de Puerto Rico 135–137 (1980). Véase también Cabán, supra nota 14, págs. 17–18; César J. Ayala & Rafael Bernabe, Puerto Rico in the American Century: A History Since 1898 26 (2007).

[47] Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism 126 (1951).

[48] Sobre el particular, Pedro Cabán llama la atención a «los disloques económicos y los desórdenes políticos» que tuvieron lugar en Estados Unidos durante las últimas décadas del siglo 19. Cabán, supra nota 14, pág. 15 (traducción mía). Véase también Rivera Ramos, supra nota 21, pág. 30.

[49] Entre 1870 y 1900, Gran Bretaña, Francia, y Alemania adquirieron millones de millas cuadradas cada uno en territorios de ultramar: 4.7 millones, 3.5 millones y 1 millón respectivamente. Ayala & Bernabe, supra nota 46, págs. 28–29.

[50] Rivera Ramos, pág. 30. Hawaii fue arrebatado a sus pobladores originales, y su anexión se consumó también en 1898.

[51] Arendt, supra nota 47, pág. 125. «Aunque los retos a su predominio abundan, ninguna forma de comunidad política es hoy más ampliamente favorecida que la nación-estado, concebida como un sistema político centralizado de relativamente gran escala que gobierna a una población cuyos miembros mayormente creen que conforman un pueblo distintivo, debido a lenguaje, etnia, religión, cultura, ideología, propaganda o algún otro factor». Smith, supra nota 14, pág. 42. Véase también Benedict Anderson, Imagine Communities 5 (rev. ed. 2006), quien apuntó hacia el fenómeno del “poder ‘político’ del nacionalismo versus su pobreza filosófica y hasta su incoherencia”.

[52] Arendt, supra nota 47, pág. 125.

[53] Arendt, pág. 126.

[54] Arendt, pág. 137.

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Roberto A. Fernández
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Written by Roberto A. Fernández

Writer, amateur saxophonist, lawyer. My book “El constitucionalismo y la encerrona colonial de Puerto Rico” is available at the libraries of Princeton and Yale.

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