Despedida a un viajero cósmico

Roberto A. Fernández
5 min readJul 25, 2020

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“Three Amigos”: De izquierda a derecha, el autor, Carlos Del Valle y Nelson Robles.

Para vivir plenamente, los seres humanos tenemos que exponernos a que nos rompan el corazón, y soportarlo con valentía cuando ocurra. No hay forma de evitar eso. La noche del viernes, 17 de julio de 2020, recibí una llamada de Nelson Robles, mi querido amigo. Carlos A. Del Valle, nuestro mutuo hermano de la vida, acababa de morir.

El 23 de julio, se llevaron a cabo servicios funerarios en San Juan, Puerto Rico, para celebrar la vida de Carlos. Para todos, él era “Carlitos”, un diminutivo que correspondía con su humildad y su perenne actitud de asombro ante la vida, tan típica en los niños. Le encantaba que lo llamaran así, e insistía en ello. Carlitos era una fuerza de la naturaleza que dejó una marca indeleble en todos los lugares a los que iba, en todos los que lo conocieron.

Carlitos fue amigo, hermano, hijo, tío, profesor de derecho, viajero del mundo, intelectual, amante de las mascotas y mucho más. En los servicios funerarios, mal rayo parta la pandemia de 2020, se vertieron testimonios en vivo y remotamente –alabado sea el Internet– desde Puerto Rico y otros lugares. Con su cuerpo presente, el salón estaba llena de amor, todos asombrados por la historia de este pequeño gigante que tocó tantas vidas. Su página de Facebook atestiguó su impacto, con innumerables y hermosos tributos y expresiones de tristeza. Casi todos escribieron que fue su privilegio haberlo conocido.

Fue adorado por sus estudiantes de derecho. Era un ávido lector, constantemente indagando, aprendiendo y creciendo intelectualmente. Era un viajero planetario e hizo amistades duraderas en todo el mundo. Si el viaje interestelar hubiera sido posible durante su vida, habría visitado otras regiones de la galaxia.

Fue un amigo amoroso, y fue correspondido con creces en su amor. Sembró y cosechó. Era un sanador en un mundo a menudo despiadado. Era quijotesco; muchas de las que él mismo llamaba “causas perdidas” atrajeron su atención y pasión. Perdió muchas de esas batallas, pero también ganó más de lo que parecía plausible, debido a su tenacidad e inteligencia. Era valiente y generoso. El dinero no le importaba. Como profesional, fue ante todo alguien que aboga por lo que cree justo.

Hablaba con los animales, con cariño y dulzura, y las criaturas respondían a su energía positiva. La naturaleza no dejaba de causarle asombro, y le encantaba el océano, del cual hay mucho en su amado Puerto Rico.

Carlitos, el irreprimible y multifacético Quijote.

El entusiasmo de Carlitos por la vida era asombroso. Adoraba a las mujeres, y ellos lo amaban. Su risa era única y contagiosa. Era gracioso, distraído y propenso a los accidentes. Más de una vez lo ví caerse, sin razón discernible alguna, enredado en sus pies. Jugaba ajedrez y le encantaba el jazz, el derecho constitucional, la filosofía y el buen cine.

Podía hablar bien rápido y hablaba un inglés prácticamente perfecto. Escribía aún más rápido. Presentó cientos de alegatos en apelación, muchos de ellos obras de arte jurídico. Como abogado apelativo, sus logros son legendarios, particularmente en el Tribunal de Apelaciones de Estados Unidos para el Primer Circuito. Como abogado litigante, de esos que “ven juicios”, era igualmente brillante.

Era mundano y espiritual al mismo tiempo. La verdadera espiritualidad es de este mundo, es algo humano; y Carlitos era completamente humano. Su partida nos deja a todos los que lo conocimos y lo amamos un vacío inconmensurable. Necesitábamos que se quedara al menos por un tiempo adicional. Esa prórroga se agotó. Partió a los 65 años, aunque no tenía edad.

Tomando una corta siesta, pero siempre entre libros

Su corazón finalmente cedió. Carlitos ya se le había escapado muchas veces a la muerte. Eso era parte de su leyenda. Recordar un episodio será suficiente. Hacia 2011, sufrió un ataque al corazón mientras nadaba en el Océano Atlántico, cerca de la playa del Condado en San Juan. Las olas lo arrojaron de regreso a la orilla, inconsciente. Lo revivieron en el Hospital Presbiteriano, donde determinaron que tenía una función cardíaca del 30 por ciento.

Contra el consejo médico, él mismo se dio de alta casi de inmediato, porque en dos días tenía una sesión de argumentación oral ante el Primer Circuito, en Boston. Nuestro amigo era terco y no permitía que pequeños detalles, tales como un corazón moribundo, detuvieran su torbellino de actividades profesionales y personales. Luego de su argumento, otro amigo común lo llevó moribundo a Mass General, donde los mejores médicos llevaron a cabo una épica cirugía.

Carlitos se convirtió en un paciente popular (lo que no nos sorprendió, por lo mucho que se daba a querer). Pero también se convirtió en una leyenda en el famoso hospital; una especie de maravilla médica, visitada todos los días por personal médico. Todos querían conocer al hombre milagroso, quien no se suponía que sobreviviera al vuelo desde Puerto Rico, pero que estaba allí recuperándose, mientras hablaba, sonreía y reía.

Ese era nuestro amigo: único, incontenible. Y, ¡ay, cuánto lo amamos!, tal como era, incondicionalmente. Como si pudiéramos permitirnos más tragedias, Puerto Rico perdió a uno de sus mejores defensores de la justicia, la paz, la igualdad, la búsqueda del conocimiento y del amor. Sus amigos y familiares perdieron a un ser humano irrepetible. Él siempre será nuestro querido Carlitos, el viajero cósmico. Hasta siempre amigo mío, nuestro hermano inolvidable.

Cuatro amigos, todos abogados brillantes: Marcos Ramírez Lavandero, Nelson Robles, Jesús Morales, y Carlitos.

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Roberto A. Fernández
Roberto A. Fernández

Written by Roberto A. Fernández

Writer, amateur saxophonist, lawyer. My book “El constitucionalismo y la encerrona colonial de Puerto Rico” is available at the libraries of Princeton and Yale.

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