El Retrato de Ricardo Rosselló
“Arrogant, vain, egocentric, extremely ambitious, entitled to succeed and to be followed by throngs of admirers, the narcissist believes that he is a very special person; he is full of himself. He is so entranced by himself that there is very little room for genuine, mutual loving relations with others. The narcissist’s surface grandiosity overlays great insecurity. Frustrated dreams of glory have been associated with violent adventures and mass movements of hatred. The breakdown of the narcissistic defensive armor leads to psychosis.” –Jerrold M. Post, Narcissism and Politics: Dreams of Glory (2015).
Para mediados de 1991, fracasaba el esfuerzo por que se aprobara legislación sobre el status de Puerto Rico en el Congreso de EUA. Rafael Hernández Colón estaba en su tercer cuatrienio como Gobernador de la Isla. 18 meses antes de que terminara su tercer mandato, Hernández Colón comenzó a idear lo que culminó en el Referéndum sobre Derechos Democráticos. Se trataba de una pantomima de plebiscito, cuyo resultado –de prevalecer el SÍ– no vincularía al Congreso, el mismo cuerpo legislativo que se negaba a comprometerse con implantar los resultados de un hipotético, y entonces abortado, plebiscito.
Aunque los derechos que se reclamarían eran inocuos, el proceso que culminó en el referéndum le dio foro a un personaje con aspiraciones políticas, de nombre Pedro Juan Rosselló González. El doctor Rosselló –entonces era conocido mayormente por ser cirujano pediátrico– había sido el candidato del PNP (el partido pro-estadidad) a Comisionado Residente en Washington en las elecciones de 1988. En su oposición al SÍ, Rosselló se limitó a repetir las viejas diatribas de miedo “a la república” y demagogias adyacentes. La victoria del NO, en diciembre de 1991, le sirvió de catapulta para ganar la gobernación en la elección de 1992.
Rosselló I: Dédalo y el comienzo de la actual debacle
De verbo torpe y falto de elocuencia, Rosselló dio muestras tempranas de su torpeza moral en el debate en el cual se mofó de su adversaria del PPD, Victoria Muñoz Mendoza. La lengua fuera de la boca del médico y su mueca de burla no le perjudicaron electoralmente. En retrospectiva, sin embargo, su conducta en ese debate fue un mal augurio. Rosselló era alguien perturbadoramente distinto a candidatos anteriores a la gobernación.
El Gobernador Rosselló se develó como un ser arrogante, insolente, emocionalmente inestable, y de dudosa moralidad. Las alturas de la gobernación resultaron ser muy elevadas para él y para sus aliados en el saqueo, también de su calaña. Su gobierno es uno de los más corruptos en la historia de Puerto Rico. Saquearon recursos al son de centenares de millones de dólares, la mayoría de los cuales retuvieron y disfrutaron a pesar de las decenas de convicciones de una fracción ínfima de su ganga de ladrones. Durante su incumbencia de ocho años, ese gobernador casi le regaló a muchos de los “Empresarios con Rosselló” los dispensarios y hospitales públicos. Además, aumentó la deuda pública; estableció un esquema de servicios de salud que muchos le advirtieron, correctamente, sería devastador para las finanzas del gobierno de la Isla; y apoyó, sin un Plan B, el desmantelamiento del esquema contributivo de “las empresas 936”. Esas y otras acciones pavimentaron el camino para la quiebra de las finanzas de Puerto Rico. Sus sucesores se encargaron del resto, muchas gracias.
El 2 de enero de 2001, día de la inauguración de su sucesora, Rosselló le dijo “Ahí te dejo ese desastre,” a la vez que le entregó destrozada y pestilente la Mansión Ejecutiva, el histórico Palacio de Santa Catalina. En 2004, de nuevo candidato a Gobernador, Rosselló hizo en el Estadio Hiram Bithorn un grotesco despliegue, con pretensiones caudillistas y de salvador. De ahí el mote de “el mesías,” el cual le endilgaron opositores y acólitos. El ex médico estuvo a punto de ganar esa elección, a pesar de que proyectaba –más que antes– su megalomanía, su apatía y su desprecio por el país y por su gente. Para entonces no tenía la energía para, o la voluntad de, disimular su verdadero yo, su desalmada naturaleza.
Rosselló II: Ícaro entra en escena
En enero de 1993, el menor de los tres hijos de Rosselló tenía 13 años. Al finalizar el 2000, Ricardo “Ricky” Rosselló Nevares ya tenía 21, y en esos 8 años había dado muestras de poco o ningún juicio. Siempre ha dado de qué hablar su uso no autorizado e irresponsable de un vehículo oficial tipo “Four Track”; su presencia en el automóvil que impactó otro vehículo, lo que causó la muerte de una mujer y sus hijos; el alegado encubrimiento que el gobierno de su padre hizo de ese trágico evento; y su sospechada o alegada participación en el vandalismo de la Mansión Ejecutiva en vísperas de su ocupación por la Gobernadora Sila M. Calderón, en enero de 2001.
Los malos augurios reaparecieron cuando el ahora flamante “doctor Rosselló II”, supuesto experto en la biotecnología de células madre (stem cells), fue reclutado por el Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico, sin competir y sin credenciales de investigador científico. Tampoco pintaba bien que al supuesto trabajo científico de Rosselló lo envolvía una misteriosa nube de colegas chinos y de las explicaciones ininteligibles del doctor sobre qué son las células madre, concepto que nunca articulaba con un mínimo de inteligibilidad. Había mucho en torno a este personaje que “olía a peje de maruca.” (Vivien Mattei ha explicado el origen de esa frase). Su clase social, su abolengo familiar, el ser hijo de un ex gobernador, sus (algo misteriosos) credenciales académicos, y su expresión facial de imberbe inocuo y simpático le permitieron recibir el beneficio de la duda.
A pesar de ser poco articulado, sin experiencia política o laboral ni dotes intelectuales, fueran ocultos o evidentes, en 2016 Rosselló Nevares se lanzó a la primaria del PNP para escoger a su candidato a Gobernador de Puerto Rico. La línea principal de su contrincante, el entonces Comisionado Residente Pedro Pierluisi, era la obvia: Rosselló carecía de experiencia y de credenciales políticos o sociales. La mayoría de los electores de la primaria, sin embargo, votaron por “el nene de Pedro”. En la elección general del ’16, el 58 por ciento de los electores votó por uno de los otros 4 candidatos a la gobernación. Rosselló obtuvo más votos que nadie, con el restante 42 por ciento.
La osadía de Rosselló, otro Ícaro entre tantos, de aspirar a elevaciones que superan por mucho sus capacidades y méritos, ya daba (o debía dar) indicios del desorden mental que se conoce como narcisismo. El narcisista comienza a forjarse desde la infancia, y al llegar a su temprana adultez despliega en todo su esplendor su desconexión con la realidad de sus debilidades, de sus carencias de talento y de intelecto, y de su cabal mediocridad. En lugar de esas verdades objetivas, la mente de narcisista construye un universo paralelo en el cual reina supremo como inteligente, capaz, merecedor de admiración, dinero y poder. Por lo mismo, cree que no merece –y no tolera– críticas ni dudas sobre su ficticia valía.
El hijo de papá es (también) un narcisista
En su desdoble, el narcisista presenta una cara atractiva al mundo, la cual esconde su verdadero yo: Un ser grotesco, frío, calculador, mezquino, ruin, paranoide y mendaz. El narcisista desarrolla el encanto seductor de la serpiente viejo-testamentaria. No todos sucumben. Muchos lo reconocen como el reptil que es. A esos los descarta o les huye, para concentrarse en encantar a los que no reconocen su perfidia ni su corrupción.
La lectura del ahora infame chat de la “aplicación telegram” devela al verdadero Ricardo Rosselló. En el bunker del chat, el gobernador Rosselló II sentía que podía prescindir del cansón rol de buenazo. Entre sus subalternos, alcahuetes, publicistas y amigotes, el actor se quitaba la máscara, se limpiaba el maquillaje, para emerger sin inhibiciones como el monstruo grotesco que siempre ha sido, ahora de adulto en completo e irreversible despliegue. Por eso desplegó en las conversaciones tipo chat que sostuvo con su camarilla su ruindad, su intolerancia, su desprecio por las mujeres y los gays, y también su desprecio por aquellos a quienes mantiene engañados.
Sí, porque los narcisistas desprecian a quienes los siguen o idolatran. Esa es una de las paradojas de estos entes. Rosselló escribió en el chat que “cogemos de pendejos hasta a los nuestros”. Entonces está la foto que recoge la mirada de un joven obeso, quien casi no se atreve a mirar a los ojos de su gobernador. El contraste con la sonrisota de Rosselló –la cual esconde su perfidia y su desprecio por el joven — es más que elocuente. De regreso a su cueva, el cobarde amoral se mofa del joven humilde y sano, pues en su escondite se desenmascara; no tiene que actuar. En el bunker, atrincherado junto con su partida de secuaces, Rosselló fue él mismo y desplegó a manos llenas su embriaguez de poder, sus abusos, su corrupción, su avaricia, su bajeza, su amoralidad, su sorna, su misoginia, su homofobia, su desprecio por todo lo bueno y por todos los buenos, a quienes nunca les llegará ni a los tobillos.
En la infame conferencia de prensa del jueves 11 de julio de 2019, el susodicho desplegó su total incapacidad para la verdad. El narcisista es mendaz, porque todo su edificio de naipes se basa en una ilusión, en una mentira creada por su mente torcida. Por lo tanto, rechaza visceralmente todos los datos, todas las verdades, todas las realidades que no armonizan con ese twilight zone que su cerebro enfermo ha inventado. Su holograma pueril no se sostiene ante la luz de la verdad. Por eso es que Donald Trump –un narcisista cabal– dice o tuitea 20 mentiras por día. Por ello es que el hijo de Pedro Rosselló es igualmente alérgico a la verdad.
La conferencia de prensa aludida también presentó otro aspecto de Rosselló el narcisista: Su incapacidad para la introspección, para reconocer sus errores y debilidades. Esa característica el narcisista, por supuesto, está atada a su imposibilidad de enfrentar la realidad, en este caso la de su abyecta imperfección. La esperada y ensayada disculpa de Rosselló fue seguida de una diatriba de justificaciones y de reproches (pues le “interrumpieron” sus vacaciones). Es que el narcisista nunca está mal, sino que a veces es incluso víctima de quienes no lo aprecian, de quienes no lo reconocen como el gran tipo que es.
Las “disculpas” de estos energúmenos siempre vienen acompañadas de justificaciones y auto-victimización. La culpa es de las circunstancias o de los demás; nunca es de ellos. Por eso, ya para la tarde del sábado Rosselló se deshizo de casi todos los participantes de las conversaciones, pero insistió en que él no renunciaría. Aprovechó así los deslices del Presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, y de la Comisionada Residente Jennifer González, quienes le instaron a Rosselló a que despidiera al resto de la ganga, por ser “malas influencias” para él. Es verdad, implicó Rosselló, “la culpa es de todos ellos. Y escribió en un infame comunicado que ahora viene “con propósito de enmienda.” Ahora, puede comenzar de nuevo.
Coda
La mente del narcisista cabal crea una imagen ilusoria del ser. El narcisista busca y necesita validación externa de esa ilusión, la cual procura en todos los que le rodean. El narcisista desarrolla el talento de esconder su vacío y estéril interior, al presentar un rostro radiante pero falso. Ese acto no se puede sostener, por lo que el narcisista siempre termina develando, aunque sea momentáneamente, la fea realidad de su monstruosidad.
Ricardo Rosselló continuará haciendo barbaridades, precisamente porque es narcisista. Al momento de este escrito –lunes 15 de julio– su divorcio de la realidad se hace más patente y más patético, mientras sigue mintiendo con la frecuencia que respira. Esa disonancia con la realidad también se torna más perniciosa con cada minuto que pasa. Este tipo de ente carece de realismo, de introspección, no construye, no ama, no respeta, no siente empatía ni solidaridad. Cuando se ve acorralado, prefiere la hecatombe a claudicar. El Gobernador no facilitará una salida a esta crisis. Por el contrario, saboteará todo esfuerzo para una solución lo menos traumática posible.
Ricardo Rosselló viene de un grupo social mayormente rancio pero rapaz; de un padre con déficit de virtudes, elegancia y modales; de colegios privados que reforzaron su ilusión de que proviene de lo mejor del país, cuando la realidad es que lo mejor de Puerto Rico, lo más granado que esta sociedad produce, no proviene de donde viene Rosselló. El develado chat lo retrató de cuerpo entero como el monstruo que es, como el engaña-bobos que se aprovecha de la debilidad de los incautos. Su padre debería ufanarse de lo mucho que su hijo menor se parece a él. No puede negarlo.