Puerto Rico: El precio de la parálisis

Roberto A. Fernández
6 min readAug 1, 2020

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Hay periodos cuando el mundo parece una vorágine. Estamos en una de esas encrucijadas. La crisis social, económica, y política de Puerto Rico es más profunda de lo que nos atrevemos a concebir, admitir, o internalizar.

Al removerse el piso sobre el que nos sosteníamos, los paradigmas dejan de aplicar. Por ello, es difícil adaptarse a una nueva realidad. En las actuales circunstancias, carecemos de la suficiente claridad de pensamiento para comprender lo que ocurre y por qué.

La crisis actual

Esta particular vorágine ha traído, y continuará produciendo, miseria, desolación, desesperanza. Y estamos bajo la dominación de un país que atraviesa su propia crisis, la cual lo desfigura y desintegra, a la vez que sucumbe a un autoritarismo neoliberal, plutocrático y neofascista.

Cuando nihilistas administran el sistema político, todo lo que aprendimos desde que éramos infantes deja de aplicar. Lo que ocurre hoy en Estados Unidos es una ilustración clara de eso, hoy al mando de narcisista destructor y sus habilitadores.

Hay en Estados Unidos decenas de millones abandonados a su suerte, sin empleo y sin apoyo institucional o social, y en peligro constante de contagio por un nuevo virus. Y ése es un país rico y “productivo” -el país más capitalista de la historia- aunque con males estructurales notables, incluso una abismal desigualdad de su riqueza, concentrada cada vez en menos manos.

En Puerto Rico, los muchos quedamos atrapados en la actual tormenta, sin trabajo, sin ingresos o con ingresos menguados. Reinventarse toma tiempo; y tiempo es de lo que carecemos. A su vez, la emigración masiva y la corrupción aumentan la desolación de la Isla.

La amoralidad de la clase política puertorriqueña parece no conocer fondo. Como la de su antecesor inmediato, la administración de la actual gobernadora ha desplegado carencia de empatía, pericia e intelecto. Sus actuaciones ante las crisis de 2020, desde los temblores hasta la pandemia, han sido atroces. No hay atisbo de compasión, de interés en al menos aliviar el sufrimiento rampante que nos agobia. Mientras tanto, la crisis crónica del modelo sociopolítico de Puerto Rico lleva 50 años sin atenderse.

Cómo llegamos aquí

Cada grupo humano adquiere su cosmovisión a través de procesos de socialización y aculturación. Las culturas humanas están hechas primordialmente de ideas, y de las prácticas que se entroncan en esas ideas.

Las ideas y prácticas se estabilizan, incluso se anquilosan. La parálisis cultural se da sobre todo en sociedades que tienden a ser estáticas, en lugar de dirigirse hacia el dinamismo, la innovación, y el pensamiento crítico. Los puertorriqueños no hemos escapado de las ideas y esquemas que, inadecuados como siempre han sido, insistimos en usar para enfrentar la realidad.

Estados Unidos encontró en 1898 a una sociedad dividida entre explotadores y explotados, entre unos pocos educados y una masa analfabeta, entre un atisbo de cultura de élite, y una rica cultura popular. La realidad de un nuevo imperio llevó a realineamientos, y a nuevas estrategias para vivir y sobrevivir.

En 1900, la élite dirigente del país pasó de la esperanza a la confusión. Al principio, esa élite se ilusionó con que seríamos un estado de la unión estadounidense. Los miembros de los grupos liderados por Barbosa y Muñoz Rivera concebían a Estados Unidos como una república de repúblicas. Mas esa concepción –problemática como era desde la aprobación de la Constitución que se redactó en 1787– había comenzado a esfumarse ante el resultado de la Guerra Civil de 1861–1865. Así que, ya para 1900, se habían comenzado a manifestar las febriles y fantasiosas mentes de los políticos de nuestro país.

Ante la decepción que representó la Ley Foraker, se reactivó el llamado autonomismo. Desde principios del siglo 20 hasta hoy, tanto los estadistas como los «autonomistas» (hoy «estadolibristas») han seguido operando desde la perplejidad y la debilidad. Hoy, quienes profesan creer en la estadidad, o en la «unión permanente» bajo el E.L.A., no conocen la historia y la cultura estadounidenses. Sus pronunciamientos y tácticas ni siquiera muestran conocimiento de la historia de Puerto Rico.

Peor aún, los actores políticos del país no están interesados en basar sus supuestas ideologías y su praxis política en conocimiento alguno, o en alguna teoría de desarrollo histórico que sirva de zapata para su postura sobre el estatus político de Puerto Rico. Decir creer «en un ideal» no es, no puede ser, suficiente. Prueba de ello son más de 120 años de futilidad.

Desde 1900, Estados Unidos ha mostrado poco o ningún interés en atender o incorporar las “demandas” de los puertorriqueños o de sus élites. Puerto Rico está hoy en el mismo limbo colonial en el que se hallaba al aprobarse la Ley Foraker. Desde los debates en el Congreso estadounidense que antecedieron la aprobación de esa ley, las tres ramas del gobierno estadounidense han concurrido en la consecución del objetivo de mantener indefinidamente a Puerto Rico como una posesión, como un «territorio no incorporado»; y nunca encaminar un proceso para admitirlo como estado de la Unión.

Los reclamos de mayor «gobierno propio» o de «más autonomía» llevan más de un siglo estrellándose contra la negativa de los gobernantes estadounidenses a tan siquiera concebir que Puerto Rico pueda o deba obtener poderes que los estados no poseen. Los reclamos de estadidad ni siquiera se han estrellado, sino que mayormente se han ignorado, como si no existieran. Que esa negativa e indiferencia hayan sido acompañadas de condescendencia, amabilidad, y cabildeo –gran parte del mismo pagado con dinero del tesoro de Puerto Rico– no las hacen menos patentes, pero sí más cínicas.

Así que Estados Unidos ha hecho realidad lo que fue su intención inicial: hacer de Puerto Rico una colonia a perpetuidad. Nada de esto significa que la soberanía es un curalotodo ni una utopía. Pero en la colonia las deficiencias culturales se suman a los males que acarrea que un poder metropolitano gobierne a su antojo y conveniencia. Sobre todo cuando esa dominación está al servicio de la avaricia y la explotación.

La urgencia del optimismo

Una sociedad no se puede construir ni desarrollar desde la ignorancia y la desidia. Tampoco desde la fantasía, desde la actitud de negarse a enfrentar la realidad humana –política, cultural, histórica– que acarrea la dominación de una nación por otra, ni la de sus males de nación intervenida y estática.

Es urgente ponderar si el progreso material y moral es posible desde el estancamiento. Tal progreso requiere acción, reformas profundas, cambios radicales, luchas incesantes. Lo contrario –el conformismo, la inacción, el estancamiento– es por definición fuente de atraso y de torpeza moral. La tarea primordial y más urgente, por lo tanto, es un cambio radical de mentalidad.

Luego de más de un siglo de dominación colonial estadounidense, el problema central de la cultura puertorriqueña es su tendencia –poderosa, avasalladora– hacia la parálisis. El ethos de la estasis lo llevamos a todos los aspectos de nuestra vida colectiva, desde la salud, la educación, los servicios de electricidad y agua, hasta la crianza de los muchachos. Habría que sustituir el pesimismo de la estasis por el optimismo de entender que los problemas son inevitables, pero que tienen solución, con creatividad, conocimientos, y una actitud crítica y experimental.

Ser colonia sería menos malo si viviéramos en una sociedad más dinámica. Claro, eventualmente una dosis respetable de dinamismo es antitética a la subordinación política y económica, y a la ignominia del colonialismo. La encerrona actual, que es moral, política, ecológica, social, económica, demográfica, de ausencia de viabilidad, es el alto precio a pagar por la desidia y el estancamiento. Se nos hace tarde.

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Roberto A. Fernández
Roberto A. Fernández

Written by Roberto A. Fernández

Writer, amateur saxophonist, lawyer. My book “El constitucionalismo y la encerrona colonial de Puerto Rico” is available at the libraries of Princeton and Yale.

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